Las efigies de tu jardín (Chet Baker)


No hubo ciudad para ti,
en ese bosquejo de sombras incipientes
en el concreto
y  la naturaleza que renunciaba ver a la muerte.
En tu defensa pudo no haber vuelo alguno
que tuviera el fondo de Chet Baker
y la trompeta inusual para continuar hacia arriba
en una geografía extraña:
tu cuerpo fue un árbol frondoso y sutil
que en marzo desprendió su aroma único de vuelta
impelido por la forma del aire.
Fue la gracia, el tintineo de ese viento
que el fruto cayó lejos
y tus manos como tu cuerpo desnudo en Uruguay,
ya no poseían sentido franco.
Se revelarán las flores en tu jardín.
El mármol afilara en el brillo del amor
que nunca pasó entre las palabras.
Esas formas de negación sólo sirvieron
a un viento secular que niega pérdida,
escuchas, la pérdida.
Hay un canto en una habitación vacía:
lo dices para siempre y el sol valida esa locura.
Volverán las hojas a tu campo en otoño.
No estaremos, entonces, porque el viento será
la venganza de este cuerpo fallido en la fotografía,
un ser que nunca llegó al puerto aéreo:
bajar las escaleras,
mirar tu maleta…
Era parte del sueño que nadie pudo interpretar.
La ciudad no era para ti.
Chet Baker se oye en el café.
Tu mapa, ya no será la geografía que permanezca sobre la mesa:
las efigies de tu jardín ya no se moverán,
sabrás que fui yo por el viento
que nunca cesó de agitar el árbol
de ese jardín inexistente.
No espero respuesta.
Miguel Tonhatiu

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