El sentimiento de persecución y la política económica del 2022. Análisis comparativo de México entre 1982 y 2022

López Portillo (1982)


 


 

 

 

 El Estado de un solo hombre

 

El 31 de agosto de 1982, el presidente López Portillo tuvo una noche exhaustiva en medio de un torbellino de contradicciones. Tenía a la puerta una decisión determinante para darle fin a un sexenio de catástrofes económicas qué llevarían a México a una crisis inminente. Para el primero de septiembre[1] se decretó nacionalizar la banca con el afán de controlar el cambio de la paridad del dólar con respecto al peso. Sin embargo, esta solo fue una medida desesperada, ante las circunstancias ya emergentes por la situación económica que amenazaba con nuevas crisis. El propósito del siguiente ensayo será una revisión comparativa entre el gobierno de José López Portillo y la actual administración de Andrés Manuel López Obrador.  

Después de la digresión, cabe señalar que, para nuestra generación, esta fue una decisión perentoria que manifestaba la aceptación de la derrota en el tema económico, luego de sufrir dos sexenios de gastos excesivos que emulaban una embriaguez fundamentada por lo que se consideró “el milagro económico mexicano” (derivado del descubrimiento de un yacimiento de petróleo en el sureste de la República). Un ingrediente adicional fue la llegada de un presidente que no quería serlo[2]: López Portillo. Los bancos internacionales abrieron la posibilidad de liberar créditos y empréstitos a nuestro país. No obstante, tomar ese dinero fue un error histórico, ya que la responsabilidad de un solo hombre hipotecó el futuro de México.  López Portillo se imaginó a las puertas del primer mundo: una ilusión óptica que le costaría caro a todo el país los siguientes años.

Aunque la decisión había sido fraguada en secreto, ante la devaluación de mayo de 1982, los principales hombres del gabinete reconocían los escenarios oscuros que se desprenderían de la nefasta situación económica. En este caso, fueron convocados los hombres fuertes del sexenio, tanto Carlos Tello, como Carlos Vargas Galindo, José Ramón López Portillo (hijo del presidente), y también, Alicia López Portillo (hermana), que contribuyeron significativamente como lo relata en sus memorias el mismo ex presidente Portillo[3]. Las consecuencias de un sexenio anterior en crisis (1970-1976) mantuvieron bajo una incesante presión a toda la política mexicana de aquellos años[4].

El primer mandatario precipitó su voluntad, quizá por la premura de las devaluaciones y debido al alza en el precio del dólar.  La decisión presidencial en 1982 desbordó la crisis en México durante los siguientes 6 años.  Aunque la situación, hasta el 6 de julio de 1988, era insostenible, fue hasta finales de 1994 que significó el fin de una época marcada con la gran crisis política.  Los comicios electorales de ese año establecieron una diferencia entre la clase empresarial y el partido oficial modelando el diseño democrático que vivimos hasta nuestros días.

Se debe destacar que los empresarios que emergieron de las agrupaciones como el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) o la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) encontraron en la oposición política una válvula de escape ante la indignación generalizada.

Las heridas se recrudecieron en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) por una división hacia el interior de la agrupación política: figuras como la de Cuauhtémoc Cárdenas o Porfirio Muñoz Ledo serían mencionadas cómo aquellas que marcarían la gran ruptura histórica del partido del Estado. Los líderes terminaron separándose de la militancia para representar a las izquierdas de su tiempo (PPS, Frente Cardenista y PESUM). Por su parte, el Partido Acción Nacional (PAN) había integrado a un sector distinto que corresponderían a los intereses de los líderes empresariales desilusionados, entre los que destacaban Manuel Clouthier y Vicente Fox[5].

 

Sin duda, debemos retornar al año aciago de 1982 para mirar de cerca el detonante histórico. Por un lado, aparecía la desilusión por las decisiones impositivas y arbitrarias que llevaron a los banqueros aceptar la nacionalización de la banca; por otro, se buscaba mantener la relación entre el sector productivo y la clase política[6]. No obstante, la nacionalización de la banca fue una herida abierta entre los empresarios que habían sido funcionales para los políticos en tiempos de campañas (participando económicamente cuando se les requería, pero abandonados por los poderes cuando intervenían en temas políticos). La consecuencia lógica de ese desencanto, se reflejó en las urnas hacia las siguientes elecciones del 6 de julio de 1988.

Parece increíble que un evento de tintes económicos generase una fuerte crisis política en el país después de 1982. La nacionalización de los bancos solo fue un efecto de la excluyente toma de decisiones de un estado debilitado por una economía en quiebra. Eventualmente, los efectos apuntan a las devastadoras devaluaciones de los sexenios 1970 a 1976 y de 1976 a 1982 como los grandes detonadores de la crisis política. La imagen del partido oficial se había denigrado percibiéndose como una demagogia estatista que dependía únicamente de las decisiones de un hombre, por encima de las instituciones fundadas durante la misma Revolución Mexicana.

 

La proximidad en nuestros días

Es claro que la situación no ha sido mejor en nuestros días. No obstante, al paso del tiempo, un escenario semejante se está gestando en la administración pública, ya que cualquier acción que incluya a la Secretaría de Hacienda o a la Secretaría de Economía, se está relacionando íntimamente con decisiones políticas y no con los procesos técnicos pertinentes que confiere la especialización en cada una de las áreas del gobierno. Es asombrosa la semejanza de la administración de Andrés Manuel López Obrador en relación al gobierno de José López Portillo, por la vieja costumbre de tomar las decisiones más populares, aunque no fuesen las más lógicas y operativas en el terreno económico. A eso se le ha agregado el “populismo”. No a los conceptos que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se vanagloria en presumir en sus conferencias de todos los días desde el Palacio Nacional, sino el peor de los actos populistas, la negligencia y el desconocimiento de las acciones económicas necesarias durante un gobierno, so pretexto, de regresar a un modelo democrático anterior.

Pese a los 40 años que separan a este gobierno de las administraciones priístas, entre 1970 y 1982, el gobierno parece haberse olvidado del pasado, al retornar a las decisiones populares cuyas consecuencias no pueden ser calculadas —en términos económicos y políticos— a largo plazo.

 

Un escenario paralelo: AMLO o el sentimiento de persecución

El escritor búlgaro Elías Canetti (1905-1994), en el libro Masa y poder[7](1960), explica con suma precisión, un rasgo que caracteriza a la masa denominado el “sentimiento de persecución”  como una sensibilidad curiosa que tiende a lo irritable frente aquello que representa el enemigo del grupo o de la misma masa. El fenómeno posee un rasgo de “inconmovible malignidad” o de una mala disposición hacia la masa. Para aclararlo, el síntoma de “sentimiento de persecución” puede ser determinado por la voz colectiva del grupo o por el líder referente.

En el caso de México en 2022, podemos señalar, sin lugar a dudas, al presidente López Obrador como el líder de un movimiento que proviene de la ira colectiva y del desencanto por la historia política en los últimos años. El caso específico de México desenvuelve una complejidad en la masa que se considera revolucionaria como lo fue la integración del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Para dicho fenómeno político, aquello que resulta “inmoral”[8] a los fines de la masa y suele ser visto como un soborno, por lo tanto, un acto de “corrupción” —como lo señaló Canetti.

Los argumentos diseñados desde el discurso diario del presidente esgrimen una fuerte carga de estigma sobre la corrupción, mientras afecta a la masa, y defiende a través del principio de “inconmovible malignidad” en todo aquello que pone en peligro la voluntad de su movimiento político.

Como ejemplo podemos ver la reacción del presidente de México ante la presión política que sufrió por la noticia sobre la vida “holgada” de uno de sus hijos, así como, la austeridad republicana que no sigue en su vida cotidiana. El nombre del vástago, el homónimo del hijo del presidente priísta José López Portillo: José Ramón López.

Hay que señalar que José Ramón López Portillo, a diferencia del hijo de López Obrador, sí fue asesor del presidente e influyó de forma determinante en la nacionalización de la banca en aquel aciago 1982.

Hace cuarenta años aparecieron varios escenarios semejantes que nos hacen rememorar las etiquetas denigrantes hacia la clase rica del país, así como como la caída de la economía por causa de la pandemia y la continua fuga de capitales en nuestro tiempo.

Este crisol económico está generando en el presidente una presión natural con la situación epidémica que se vive en nuestros días, sin embargo, el “sentimiento de persecución” ha provocado que el presidente ataque incluso a sus aliados. Cuando el líder del movimiento siente que se amenaza la pureza de su “causa política”, embate de forma desmedida contra aquellos que opinen diferente a él. No apela al sentido común, sino la ira que identificó a su movimiento. El problema proviene de una reacción ante la “inconmovible malignidad” que, como su nombre lo indica, es irrevocable. El enemigo no es un ser humano, sino una entidad de origen negativo que nunca será “buena” en términos morales de la masa.

Debe advertirse que la “inmoralidad de la masa” no es una falta de ética real, sino solo una percepción momentánea que, sin analizarlo, puede encontrarse fuera de las leyes o la moralidad real de una sociedad tan compleja como la mexicana. La “inmoralidad de la masa” es una etiqueta en defensa ante su posible disolución, finalmente, es el temor inminente de la masa para volver a la individualidad y perder la fuerza adquirida con la reunión de la multitud en un grupo. Naturalmente, como consecuencia de esa “inmoralidad”, surge el sentimiento de persecución que se desborda como una defensa, vista como un ataque desde afuera del grupo o sociedad.

Los ataques sin ser desmentidos por el presidente López Obrador, sino confirmados debido a las reacciones de la prensa, han resultado negativos. El presidente hace acopio de frases que ponen en riesgo su propio gobierno cuando arremete contra sus detractores sin medir la fuerza de su discurso ante el pueblo y la gente que comulga con sus ideales políticos. No hay tregua contra aquellos que puedan atentar contra la masa o la pureza de su líder.

 

Un presidente intelectual

Si bien, López Obrador no es el primero en considerarse un presidente que participa en el debate de las ideas, ya que rehúsa a ser un simple actor político, al cuestionar a aquellos que con frecuencia mantienen posturas opuestas a su visión de estado. Debemos señalar que las mismas circunstancias rodearon al presidente José López Portillo, basta citar, las publicaciones de sus memorias y algunos documentos que revelan su personalidad en la docencia ya lo ponen de manifiesto. López Portillo trató de mantener una postura intelectual y académica, desde que fungió como docente en la Universidad Nacional Autónoma de México, impartiendo cátedra en la facultad de derecho desde 1947 hasta 1958. Su visión estaba enfocada hacia una teoría general del estado, como ya lo menciona Enrique Krauze, dándole título a la tesis “Valoración del Estado” escrita hacia 1946[9]. La antinomia profunda de su condición intelectual la encontraría en el político veracruzano Jesús Reyes Heroles cuya obra abarcaba, en aquel tiempo, tomos extensos sobre el liberalismo en México desde el siglo XIX. Choque que despertó en el presidente López Portillo cierta mordacidad al momento de referirse al intelectual Reyes Heroles y, como parte de cierta estrategia política, empleó su figura como una palanca de fuerza dentro del sistema de partido para vindicar su poder y vituperar públicamente a dicho intelectual con la frase: “Si Reyes Heroles persevera llegará a ser el Ortega y Gasset mexicano”. A diferencia de Andrés Manuel López Obrador, que ha empleado los ataques contra intelectuales como una forma de evidenciar esta paranoia en la cual ha convertido el escenario político desde que el mismo presidente participa en las conferencias mañaneras. Un caso específico resulta ejemplar cuando confronta las ideas del escritor Héctor Aguilar Camín, tratando de evidenciar la postura del periodista como un liberal de derechas que se opone directamente a lo que el Presidente llama de forma bastante ingenua “cuarta transformación”.

Hay que señalar que los procesos históricos no se autodefinen por los actores políticos, sino por las interpretaciones de estudiosos académicos y especialistas en los temas históricos. La reacción del presidente desconcierta, puesto que la gente no sabe del todo, si es una verdadera postura, o es simplemente parte de la propaganda que será útil para la vida futura de su movimiento político: MORENA.

El presidente López Obrador mantiene una idea crítica ante sus adversarios, no muestra una actitud de conciliación y como ya lo señalaba Elías Canetti en su ensayo Masa y poder antes citado: todo aquel que está fuera de la masa representa lo que se llamaría la “inconmovible malignidad”. No hay oportunidad de acuerdo ni de concordia para realizar actos políticos en conjunto, revelando la supuesta unidad política que desde el inicio de su sexenio el gobierno de López Obrador hubo manifestado en su toma de posesión. No obstante, al avanzar en su mandato, el presidente López Obrador ha recrudecido su postura radical de forma irreconciliable con los grupos intelectuales que no comulgan con sus ideas de estado. Sin embargo, incesantemente el gobierno ha hecho de la historia, en la manera de gobernar, una revisión general de épocas sin advertir coherencia ni el análisis profundo. El presidente señala episodios de la historia sin continuidad, fragmentados y carentes de toda visión. Es la lectura de un lector, sin duda alguna, pero no de un especialista.

De forma continua, el Presidente manifiesta cierta ambición intelectual que no logra consumar del todo. Como muestra, se encuentran sus textos publicados desde el 2006 que han sido simples testimoniales y análisis subjetivos de gobiernos anteriores que le negaron la posibilidad de acceso a la presidencia desde hace una docena de años. Son obras anecdóticas y testimoniales políticos que pueden ser fuentes primarias de historia, pero no incurren en el análisis preciso, sino filtradas por un cauce estrictamente ideológico de indignación. No obstante, la imagen que el presidente ha vendido al público en general ha sido la de un presidente preocupado por los pobres y con capacidad intelectual para emancipar la conciencia de masa, aunque no está del todo claro. Existe un error de apreciación que ha llegado a divulgarse entre la población en general: la visión errática de un presidente intelectual. No se puede considerar a nuestro presidente como tal, ya que solo revela un desprecio a las ideas opuestas tanto como a los gestores de ellas, en este caso a las figuras más emblemáticas de la cultura como son los intelectuales. Dolorosamente para López Obrador, nunca podrá satisfacer el ojo crítico intelectual, porque la función social del pensador es intervenir con razonamientos y no ser simples espectadores de los actos del presidente.

 

El estado de las finanzas y la situación de la fuga de capitales

En el año de 1982, la fuga de capitales ascendió hasta 9 mil millones de dólares lo que equivale hasta nuestros días, adicionando la inflación, a cerca de 27 mil millones de dólares durante esa gestión. Por su parte, el gobierno de López Obrador tiene registrado hasta el mes de noviembre 2021, una fuga de capitales por 14, 560 millones de dólares que, en términos comparativos, es la mitad de lo que representó la fuga entre 1976 y 1982.

No se puede precisar si es por desconocimiento o por la desconsiderada toma de decisiones al vapor que el gobierno ha tenido, desde su llegada, que ha mantenido a López Obrador lejos de las resoluciones económicas y muy cerca de las decisiones políticas. Quizá el pragmatismo de su gobierno también es uno de los errores de planteamiento para la resolución del conflicto económico que se vive en nuestros días. El peligro de seguir con la dinámica económica será la fuga de capitales que no se percibirán a corto plazo sino después de algunos sexenios posteriores en los cuales la crisis se convertirá en un acto irreductible. Esperemos no sean las palabras que tengamos que lamentar en un futuro. Un estado que pague los errores de un solo hombre y no los aciertos de todo un andamiaje institucional. El futuro aún nos espera.



[1] Soledad Loaeza. Las consecuencias políticas de la expropiación bancaria, El Colegio de México, México, 2008, p.25.  La autora establece como “voluntarismo presidencial” a la faceta del autoritarismo presidencial que distinguió el sexenio de José López Portillo.

[2] Según Enrique Krauze, en La presidencia imperial, afirma que López Portillo no deseaba ser político, mucho menos Presidente. Por otra parte, el personaje enfocó sus estudios y la cátedra que impartió en la UNAM (1947-1958) para ser solo un observador crítico, una figura más intelectual. Enrique Krauze. La presidencia imperial, Tusquets, México, 1997, p. 386.

[3] Cfr. José López Portillo. Mis memorias, Fernández Editores, México, 1988.

[4] En el sexenio de Luis Echeverría hubo un espíritu de control sobre la economía, la frase: “La economía se maneja desde los pinos” lo dice todo. Gustavo Mobarak y César Martinelli Montilla. La expropiación de la banca en México (Un ensayo de economía política), México, Centro de Estudio Espinoza Yglesias, p. 83.

[5] La trayectoria de este último, lo llevó hasta la presidencia de la República en el año 2000.

[6] Soledad Loaeza señala en su libro ya mencionado que en 1982 la estructura de poder parecía ser básicamente la misma que a finales de los años treinta: el presidente era una autoridad dominante en el Estado. Soledad Loaeza; op. cit, p. 73.

[7] Elías Canetti, Masa y poder, De Bolsillo, Barcelona, 2005, p. 80.

[8] Idem. Elías Canetti explica que el ataque desde dentro de la masa es peligroso, ya que la masa lo siente como un soborno, como un asunto “inmoral”.

[9] Enrique Krauze, op cit, pp. 386-387.


Miguel T. Ortega

Ex-morenista y antiguo colaborador de medios digitales. Cubrió la Conferencia mañanera durante 2019 y 2020.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Aquí eres trigueña