SOÑAR CON FUEGO (El final del cuento entre X. S. y Miguel Tonhatiu)



El lector comprenderá las divisiones (respuestas al texto) ya que se distinguen por la tipografía: las de ella, están en bastardillas y, las mías, en texto en redondas.
Dicho texto crecerá hasta que culminemos el cuento, será una escritura interactiva. Hará de las palabras un ejercicio de movimiento. El lector también puede participar con sus comentarios.

SOÑAR CON FUEGO

Ella tomaba su vaso con las puntas de las uñas. Recorría la humedad desprendida del whisky y el agua. Lo escuchaba mentir. Sabía que estaba haciéndolo  y había recibió el vaso por una cortesía oscura y frágil; humana; descaradamente a su conveniencia.
Le dio un sorbo lento. Flaqueó quizás. Olía a mandarina suave.
Pensaba en el sueño del espejo. En el lugar donde ella trataba de cruzar como una puerta esa imagen. Sus rizos claros y su sonrisa a medias. Ocultándose del mundo.
Miró el reloj y luego dio un suspiro.
-La decisión es tuya- dijo él.
Ajena a la desilusión pensó que esto sería una tomada de pelo.
¿Quién cree en un sueño pueda encontrarse la memoria y el tiempo? ¿Leer un sueño es igual a deletrear una palabra en lengua antigua, desconocida?

Pensaba en que estaba cerca de dar el paso en falso y todos los necesarios, emprender la carrera rápida y violenta cuya trayectoria podía predecir, que tendría final en un golpe seco y letal, contra el muro del fracaso. Lo conocía demasiado para creerlo.
Su tono de voz aterciopelado, esa mirada oblicua, casi indiferente, que ocultaba un deseo más allá de lo evidente…
Debía marcharse inmediatamente. Guardó sus cigarros en el bolso y cerró el botón imantado. Prefería no mirarlo. Pensar en el cuarto de hotel que había creado aquel sueño maravilloso, en aquella guarida de su imaginación, la tranquilizaba. Pronto volvería a estar allí y todo habría pasado. Tenía muchos sueños que cumplir como para embarcarse en aquel propósito suicida.
Entonces él tomó su mano, con decisión y delicadeza. Sintió su calor y su fuerza. Podía soportar la mentira, el engaño… pero no eso.
- Entonces, ¿cuento contigo? – dijo él.
Ella deslizó su pierna derecha de la silla, hasta que su alto tacón tocó el suelo. Con la otra mano, apagó el cigarrillo y agarró el bolso.
- A las 9 en la estación.


No había forma de detenerla. Ella había decidido marcharse. La tomó del brazo.
- Sólo te falta descifrar un sueño. El resto será una figuración, algo no establecido. No es que te quiera, no te confundas. Me recuerdas a alguien.
Salió del lugar apresurada. Lo único que se quedó el hombre fue su esencia mandarina y el color rojo de su tubo de labios. La miró alejarse.

Ella llegó al cuarto, con su ventana hacia a la avenida y el ruido tenue de un goteo. La habitación olía a chocolate y transpiraba un leve matiz de humedad. Tenía un cuadro en él había grafías japonesas o chinas que mostraba en la luz y un hombre frente a un río. Una especie de Li po, sin embriaguez.
«Descifrar el sueño sería como deletrear una palabra en lengua antigua», repitió en automático. La duda cimbreó sus recuerdos. La profusión de imágenes de huida se desató: aeropuerto nocturno, central de autobús, estación del metro; todos los sitios albergaban para ella un momento de partida. La paranoia y la duda la obligaron a sacar su maleta. Comenzó a llorar en silencio mientras empacaba su ropa. Se cansó pensando en esa marcha sin ruido. Se echó a la cama con la esperanza de cerrar un instante los ojos. No sabía que su cuerpo la vencería con el sueño. Y quedó dormida con la siguientes imágenes.
 

FUEGO
 

Magret intentó no demostrar su sorpresa, pero sus manos ya estaban marcadas por los surcos que habían formado la presión de sus largas uñas ansiosas.
- Con todo respeto -respondió- este caso no hace más que devaluar su trabajo como psiquiatra. Lo que me deja algunas dudas...
Pero el doctor Rush (¿cómo sabía su nombre?) la interumpió sin la menor muestra de alteración en su voz.
-Tiene todo el derecho a tener dudas. Puede dudar de mi metodología, de mi eficacia o del precio tomar un tratamiento conmigo, pero no por el suicidio de J.F, el décimo intento en su corta vida. Y el primer éxito.
El doctor abrió la ventada de su consultorio y encendió un puro.
-Lo que quería que apreciara del caso de J. F es que cuando un sueño es recurrente, aún en las mejores condiciones de vigilancia y atención, la emoción que lo provoca puede sobrevivir a cualquier precaución. Gracias a dios, en su caso, contamos con la ventaja de que su mente no padece algún mal, ¿cierto?



Despertó. Miraba el espejo. Sudor, creyó tener fiebre. Fue hacia el baño de su cuarto de hotel. Vomitó. Le dolía dejarlo todo. J.F. Otra vez, eso que se había quedado en el otro lado de un mar inventado, quizá.
Se escuchó el teléfono. Miró el cuadro con grafías japonesas. Ahora podía comprender. Las claves provenían del sueño.
Lo dejó que terminara de llamar, pensó en alguien que esperaba que volviese.
“La locura sería una salida, salvaría a todos”, repitió.
El teléfono se escuchó nuevamente por todo el edificio de ese hotel viejo.
Con asco y sin remedio tomó el auricular y contestó.

-¿Lo recuerdas?- dijo una voz ronca.
- ¿Quién habla?- ella se secaba los ojos con un toalla sucia.
- Debes decirme los nombres, quién fue el que se suicidó y quién era ella en tu sueño.
- No quiero esto; no tengo necesidad.

Sus manos temblaban las uñas largas acariciaban el auricular. Reaccionó.
-Deja esto, vienes por mí. Eso quieres, me cansé.
- Reconoces lo que significa. El tiempo ya se cumple, sabías que vendríamos por ti. Subiré- la voz del hombre parecía cercana y seca.
Se sentó en la orilla de la cama, percibió un tenue olor a cocoa, otra vez. Tomó su caja de cigarrillos y espero mirando hacia la ventana el sol imperioso que venía por ella.
Tocaron a la puerta.
Magret decidió no abrir. Se rehusó por un pudor cercano a un amor prohibido.
- Lárgate ya. No abriré por ti, ni por padre.
- Abre Magret. Vengo para que recuerdes quién soy y de dónde provengo.
Magret miró la puerta cerrada, segura que no la traspasaría.
- No la puedes tirar, sería peor. Deja que mi sueños sigan, no los detengas.
- ¿Tus sueños? Eso no te pertenece fuiste creada para soñar nuestro destino. Los sueños pertenecen a toda la familia. Tú los asesinas si quieres, pero debes tener sueños buenos. No te obligues, Magret.
- No quiero ser la responsable del destino de “ustedes”. Lo sueños son míos.
- Los sueños eran de todos nosotros, somos la herencia que cambiará nuestra familia. Ya murieron Lope, el tío, Eréndira, tu hermana; Bertha. Nuestra familia depende de ti. No me das opción: vuelves o me tengo que deshacer de tus ensoñaciones: nos matarás.
- ¿No me perdonarás? - lo dijo con un tono suave, seduciendo.
Botó la puerta con una patada.
Ella se echó atrás y tomó un libro grueso que estaba a su alcance y lo arrojó. El hombre se le fue encima con un facón.
Magret lloraba. Sus pensamientos se escuchaban, cosas como:
“¿Por qué me vas a matar?, No fue mi intención o yo no sabía de sus muertes.”
Él no se detuvo. Magret arrojó una maceta que se encontraba cerca de la ventana. Lo dejó noqueado. El arma cayó. Magret salió huyendo como siempre; sólo tomó su bolso.

En la estación del norte de la ciudad, alguien ya esperaba. Ella pasó por la puerta principal, temblaba. Miró hacia el aparador y seleccionó un lugar al azar. El lugar olía a cera.
Un hombre viejo, conocido, sacó un arma de fuego, le apuntó a los ojos. Magret ya no quería huir. Le sonrió y dijo en bajo tono unas palabras. Luego se escuchó la detonación.
Magret no escuchó a nadie pedir perdón. No sabíamos si era su padre. Salió hacia una puerta donde hombres uniformados venían ya. El viejo subió el arma y disparó hacia su sien.

Magret despertó en el cuarto, ya era hora que saliera el autobús hacia algún lugar. El número que recordaba era el 4234 Greyhound. Entonces, reconoció que estaba herida: no logró levantarse. Percibía un olor a mandarina. Rozó con las uñas larguísimas el boleto. Sentía escalofrío en su cuarto. La noche había llegado. 

Sus sueños también le habían hecho daño.

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