El voto duro de López Obrador


 

El voto duro de López Obrador


 

El presidente López Obrador ha atribuido a un conjunto de acciones una categoría moral "superior"; un hecho que, sin duda, extrañaría propios extraños en un mundo real y objetivo. Sabemos que el presidente apela a una agenda progresista que emparenta, de manera circunstancial, con programas internacionales de Derechos Humanos y encara los diseños sociales y políticos de la naturaleza nacionalista del país. Pese a que pareciera una gran hazaña hacer de nuestra política, una imitación burda del esquema venezolano de gobierno, se impusa una agenda asistencilista que no hará sino regresar a México a una época postrevolucionaria (1929-1940). El gobierno también insiste en la igualdad como si la riqueza fuese ofensiva, sin crear excepciones a la altura de los hombres emblemáticos de nuestros tiempos.

La extenuante confrontación distrae a las mejores mentes. La obstinación del presidente por contrastar a sus opositores, ha enfatizado un discurso de dos polos: uno a favor y otro en contra. Cabe señalar que aún existen ciudadanos que no hemos tomado partido alguno. Nos mantenemos al margen de las disputas por la desilusión que significó Morena y por la inconsistencia de la capacidad política de la oposición.

No obstante, pese a que el presidente se declara abiertamente nacionalista,  con objetivos claramente internacionales y con una tendencia extranjerizante, debemos asumir con destreza los cambios que se avecinan, ya que la astucia política de este gobierno tiene una debilidad económica aún no develada. Nos esperan tiempos inciertos.

Hasta la fecha solo vemos cifras positivas en torno a su administración, no hemos tenido oportunidad de mirar el final de su sexenio, con un déficit económico después de la gran fiesta de la izquierda que ha sido México desde el año 2018. Como un ciudadano que ha visto la acción cercana de los gobiernos de izquierda, me he acostumbrado a mirar las grandes deudas a las cuales incurre la parte idealista de la política; ya que no mide el riesgo ni escatima en gastos ante la naturaleza de las deudas, pareciese que el compromiso es ideológico y no económico, mucho menos administrativo.

Para hacer una analogía, no puede dejarse de lado un episodio similar que acaeció hace cuarenta años, cuando un presidente idealista como José López Portillo (1920-2004), se consideraba a sí mismo una especie de Quijote afortunado por haber logrado llegar a la presidencia. El despilfarro y la inversión en el gasto público tuvieron estragos al final de su gobierno; ya que al final de sexenio de 1982, vivimos una crisis económica producto de la ineficacia administrativa y el desconocimiento del manejo de las finanzas. La última reacción por tratar de salvar la debacle económica fue, en ese entonces. la Nacionalización de la banca como un acto emergente ante la inminente derrota económica del peso frente al dólar. En ese aciago 1982, no existía la alternancia política, porque, sin lugar a dudas, no hubiese vuelto a gobernar el PRI. Cabe señalar que el voto duro del PRI salvó la elección de Miguel de la Madrid que sucedió en el poder al inepto López Portillo.

Morena intentará crear su base política y remedar este episodio que no está tan fresco en las mentes jóvenes que aún consideran al presidente López Obrador un gobernante excepcional. No quisiera borrarles las sonrisas a aquellos que creen que el dinero que ha repartido AMLO durante todo el sexenio no es sino un gesto para consolidar su base de votantes con un alto costo para el erario público. No le está devolviendo el dinero al pueblo, está nutriendo su base social y política para los siguientes años sin importar las consecuencias económicas futuras. La ética del.presidente se hace un poco borrosa cuando se habla de dinero. Algo que en política sería conocido como “cubrir sus huellas” para no generar contrastes en sus obras emblemáticas como El tren maya o la refinería Dos Bocas en Tabasco,será el objetivo de la sucesión presidencial que ya se avecina.

No cabe duda que el presidente López Obrador requiere un sucesor que actúe como Miguel de la Madrid lo hizo en el periodo entre 1982-1988 y la manera que asumió el poder al final del sexenio de López Portillo, tomando la responsabilidad económica como propia y resolviendo los problemas que se heredaron de dos gobiernos anteriores. Se acerca el final de la fiesta de izquierda y se aproxima una gran resaca. Esperemos que no nos tome por sorpresa la inflación y el cambio en el precio de los productos básicos para seguir justificando la repartición económica para “el pueblo” en nombre de Morena y amenazando a la población con la desaparición de dichos programas si un partido opositor llega al gobierno. No hay candidato de Morena que no haya amenazado a los votantes con semejante peligro que ahora no tenga un puesto político y no esté en el cuadrante su próxima aspiración. Hemos vuelto lentamente a las épocas del voto duro y lamento decir que ya no podremos evitarlo.   

Miguel T. Ortega

Ex-morenista y antiguo colaborador de medios digitales. Cubrió la conferencia mañana entre 2019-2020.

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